Hasta que Llegues..

Dicen que cuando morimos, lo último que vemos es una luz… pero también una repetición de todo aquello que nos hizo verdaderamente felices en vida. Es en ese instante, en el que creemos estar partiendo, que en realidad estamos naciendo otra vez. La reencarnación no es un proceso consciente; sucede como un suspiro entre dos planos. Mientras cruzamos, nuestra nueva vida comienza a tejerse. Las almas no saben que están esperando a alguien. Viven. Aman. Se equivocan. Aprenden. Pero algo dentro de ellas siente que algo falta, como si la vida tuviera un hueco sin nombre. Esa nostalgia silenciosa que todos llevamos es la prueba de que tal vez, sin saberlo, estamos buscando a alguien que no pertenece a este tiempo, sino a otro. A veces aparece en un sueño: una persona que nunca vimos pero que se siente tan familiar como el propio corazón. A veces es un deja vu, o una conexión que no entendemos del todo. Podés conocerla, pero no en esta vida… aún.

No todas las almas reencarnan para esperar. Algunas ya han cumplido su ciclo y pueden guiar a otras hacia la luz. Pero no todas tienen el privilegio del reencuentro. Hay almas que cometen actos imperdonables: violencia, daño irreparable, traumas que empujan a otras al abismo. Hay quienes eligen terminar con su propia vida, rompiendo ese hilo invisible que las unía a su persona destinada. En esos casos, el destino no espera. El hilo se rompe. El reencuentro se vuelve imposible. Reencarnan una y otra vez, no para encontrar, sino para revivir lo que destruyeron. La miseria eterna no es un castigo, es la consecuencia de haber ignorado el lazo más sagrado que existía. Pero lo más doloroso no le ocurre al alma que se perdió, sino a la que esperó. Esa que creyó, que amó tanto que se quedó del otro lado, en el umbral, esperando que el otro la alcance. No lo sabían, pero eran el uno para el otro. Y ahora, esa alma fiel reencarna eternamente sin encontrar nunca más una conexión igual. Por el error de uno, pagan los dos. Ese es el nivel de unión que los ataba. Eso era el destino.

Cuando el reencuentro ocurre, cuando ambos logran vivir con pureza, paciencia y sin huir, todo empieza sin que lo sepan. Se conocen en la Tierra. No se reconocen con palabras, pero algo dentro se enciende. Se sienten completos. Se entienden sin hablar. Vuelven a enamorarse como si fuera la primera vez y, a la vez, como si fuera la última. Empiezan a reconstruir esa pasión dormida, esa calma tan ansiada, y aunque no lo sepan, acaban de volver a encontrarse. El primero que muere esperará al otro. Lo sabrá. Sabrá que esta vez sí. Esta vez no fallaron. Y cuando el otro llegue, tendrán una elección: vivir una última vida juntos, repetir su historia una y otra vez, o simplemente desaparecer por completo, en paz, tomados de la mano, fundidos en la eternidad.

Hay quienes intentan huir del destino. Lo sienten, pero se resisten. Se alejan de quien debían amar. Tienen miedo. El libre albedrío les da la opción, pero no la salida. Porque todo se repite hasta que se aprende. Nadie puede escapar de su alma destinada. Y si lo intenta, la vida lo traerá de vuelta cuantas veces sean necesarias. El universo nunca se equivoca. Cada alma nace en su tiempo y lugar. Y aunque a veces parece haber personas iguales, no es así. Hay infinitos universos, creando nuevas realidades todo el tiempo, para que ninguna historia se repita, para que cada vínculo tenga su espacio. Y dentro de cada una de esas realidades, alguien te está esperando. O vos estás esperando a alguien. El alma que amás puede estar en otra ciudad, en otro tiempo, en otro cuerpo… o quizás, justo al lado tuyo, sin que lo sepas.

¿Cómo saber si sos un alma que espera o una que perdió ese derecho? No hay forma. Quizás esa ignorancia es el mayor regalo que recibimos. Porque si lo supiéramos, dejaríamos de vivir. Y la única forma de reencontrarse es vivir con todo el corazón, como si el amor fuera eterno, porque lo es. Lo que sí sabemos es que, cuando llegue, lo vas a sentir. En el alma. En el cuerpo. En cada rincón. No va a hacer falta explicar nada.
Porque hay alguien, en algún universo, que está esperando que llegues.

Este relato explora una visión espiritual de la reencarnación basada en la idea de que cada alma está destinada a reencontrarse con su otra mitad. A través de vidas sucesivas, pruebas y errores, las almas buscan ese reencuentro sagrado. Pero no todas lo logran: el dolor, la violencia o el abandono del destino pueden romper el lazo eterno. Esta historia habla del amor que trasciende el tiempo, del precio de nuestras decisiones y de la esperanza de que, al final, siempre hay alguien esperándonos.


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