Lo viví, aunque no fue aquí.
A veces sueño con cosas que no viví...
pero que siento como si fueran mías desde siempre.
Y al despertar, el alma me duele como si algo se me hubiese escapado de las manos. Como si una parte de mí hubiera estado entera por unas horas… y después volviera a estar incompleta.
No sé cómo explicarlo sin que suene a locura. Pero lo voy a intentar.
Hay noches en las que me despierto con los ojos llenos de una historia que no me pertenece. Con un nombre en la boca que nunca escuché en esta vida. Con el recuerdo de una risa que me hace falta. Es una sensación suave pero profunda… como si me estuvieran llamando desde otro lado del universo. Como si ese sueño no fuera imaginación, sino memoria.
Yo creo que los sueños son más que imágenes al azar. Son fragmentos. Mensajes.
O quizás, ventanas.
Pequeños portales a otros universos donde otra versión de mí vive algo que acá todavía no pasa… o que tal vez nunca va a pasar.
No sé si hay una razón lógica. Pero me gusta creer que mientras duermo, mi alma viaja.
Que toca otras realidades. Que cruza puertas invisibles y visita vidas que me fueron negadas en esta.
Y cuando llego ahí —a ese otro yo— no hay confusión. No hay extrañeza.
Todo parece estar en su lugar. Como si yo ya supiera amar de esa forma, mirar de esa forma, vivir de esa forma. Como si esa vida me conociera desde antes.
He amado profundamente a personas que no existen acá.
He sentido sus manos, su voz, su dolor. Y al despertar, hay una parte de mí que queda esperando volver.
No es tristeza exactamente. Es… añoranza. Como si algo que fue mío por un momento se hubiese disuelto al abrir los ojos.
Y me pregunto si ese otro yo siente lo mismo.
Si en algún lugar, alguien que se parece a mí se despertó también con el corazón lleno y vacío al mismo tiempo.
Aveces pienso que todos mis otros “yo” en esos universos paralelos viven vidas apenas diferentes.
Tomaron decisiones distintas. Amaron a otras personas. Se perdieron en otros caminos.
Pero quizás, todos llevamos el mismo vacío de fondo: el anhelo de algo que no tenemos.
Y cuando dormimos… cuando por fin dormimos… nos encontramos.
Nos compartimos lo que nos falta.
Nos prestamos momentos, cuerpos, miradas.
Nos damos eso que, por una noche, puede curar.
Quizá por eso hay sueños que se repiten.
Quizá no es coincidencia.
Quizá son universos a los que volvemos porque, de alguna manera, nos esperan.
No todos los sueños son dulces.
A veces me despierto temblando, agradeciendo que eso no haya sido real.
Que no haya pasado en esta vida.
Y sin embargo… incluso en esos, hay una parte de mí que entiende algo.
Una parte que dice: “sobreviviste allá. Vas a estar bien acá”.
Pero cuando el sueño es hermoso, cuando es algo que deseo con cada célula de mi ser,
despertar se vuelve un duelo silencioso.
Porque lo viví, aunque no fue aquí.
Porque sentí el amor, el hogar, la risa, la calma.
Y ya no están.
No sé si algún día los vuelva a ver.
No sé si esta vida me los va a dar.
Pero sé que voy a seguir soñando.
Porque mientras sueñe, esos otros yo van a seguir existiendo.
Y tal vez… algún día… uno de ellos despierte en esta realidad.
Y yo reconozca en sus ojos el mismo vacío que tengo yo.
Y ahí, sin decir nada, sepamos que nos soñamos primero.
"A todas las versiones de mí que aún me esperan del otro lado"
Comments
Post a Comment